lunes, 27 de agosto de 2007

"Curiorífico y rarífico"


C. Blanco desapareció como por arte de magia. No era la primera vez que un hombre se volatilizaba como si lo hubiese tragado la tierra pero estaba segura de que ese no era su estilo; solía visitarme con puntualidad británica una vez a la semana, llamando al timbre con buenos modales acompañados de pastas de canela. Tras un mes de ausencia decidí tomar cartas en el asunto. Mi curiosidad pudo más que su firme oposición a que frecuentara su casa ante el qué dirán. “Esa panda de chismosos nos pondrían verdes con sus malditas reglas victorianas. Mi reputación se iría al traste si descubriesen lo nuestro. ¡Por amor de Dios o de la Reina! ¡Soy un político de prestigio! ¡Rodarían cabezas!”, y yo aceptaba sus condiciones para seguir viéndole aunque la farsa de las apariencias me importase un rábano.

Cuatro mutis por el foro sin una cancelación en toda regla mediante una nota o una llamada telefónica me pareció motivo más que suficiente para romper nuestro acuerdo tácito. Sin pensármelo dos veces cogí las botas y me adentré en el bosque. Reconocí el camino pese a que no pisaba aquel lugar desde hacía años; el arroyo me servía de guía.

Al llegar a la madriguera no vi ni un resquicio de luz bajo la puerta entreabierta. Entornándola con el menor ruido posible, entré. Encendí un mechero para hacerme una vaga idea de la escena y no romperme la crisma con cualquier obstáculo hasta que mi vista se adaptó a la oscuridad y palpé el interruptor en la pared derecha.

Todo parecía en orden, casi escrupuloso. Lo único que lo alteraba era aquella botella vacía de absenta dejada caer sobre la mesa al lado de una pajarita de raso negro. Al contemplarla, dos palabras martillearon una y otra vez mi mente: “Rodarían cabezas”. Dibujando un círculo, acaricié con mi dedo índice la boca del cristal para recuperar las pocas gotas que aún rezumaba. Como si fuera un bálsamo, las extendí sobre los labios. Me acurruqué en una esquina y cerré los ojos sin percatarme del sobre que descansaba en la repisa de la chimenea. Decidí quedarme allí. Era demasiado tarde para retroceder.

Imagen :: K

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